Escrito por Joe Poma Luna Victoria
«Te lo dije» siempre es una frase odiosa. No obstante, no deja de ser válida cuando las evidencias revelan la confirmación de los vaticinios. El discurso inaugural de Pedro Castillo como presidente de la República es un buen ejemplo de esto. Como se esperaba, estuvo plagado de falacias y ofrecimientos populistas, que representan un festín del gasto público y el espanto de las inversiones privadas. No se puede esperar otra cosa de un socialista.
Pero el asunto no acaba acá. Castillo no tuvo mejor idea que escoger como presidente del Consejo de Ministros a Guido Bellido Ugarte, un fanático del marxismo, mano derecha de Vladimir Cerrón y, como si lo anterior no fuera suficiente, un entusiasta excusador de los crímenes de Sendero Luminoso. Esto también fue avisado. Mucha gente dijo que Castillo y Perú Libre tenían más que sospechosos vínculos con organizaciones terroristas, que las pruebas apuntaban a que ellos eran un peligro real.
Todas estas advertencias fueron hechas, pero muchos, sobre todo los antifujimoristas recalcitrantes, no quisieron escucharlas. Ellos aseguraron que Castillo no podría hacer mucho como presidente, que tendría que acomodarse al statu quo, que deslindaría de Cerrón apenas se pusiera la banda presidencial, que se volvería un progresista variopinto y que, sobre todo, no tendría nada que ver con Sendero Luminoso ni con ninguna agrupación terrorista o violentista.
Al final, quienes advertimos lo peor tuvimos la razón. No solo Bellido, quien tiene procesos por apología del terrorismo, es el problema, sino que en ese Consejo de Ministros aparece gente muy peligrosa. Héctor Béjar (ministro de Relaciones Exteriores), por ejemplo, es un devoto de las guerrillas y la violencia cubana castrista; y Anahí Durand (ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables) tiene un pasado que no puede negar: mantuvo una relación sentimental con un terrorista emerretista y además firmó una carta para que a Polay lo sacaran de la Base Naval y lo trasladaran a una cárcel común, sin contar sus vínculos amicales con otros emerretistas.
Ahora, cuando los «dignos» (o cojudignos, como merecidamente los llaman en las redes sociales) ya nos arrojaron a todos juntos al fango, cuando ya no hay nada que hacer, aparecen tratando de librarse de su responsabilidad. Dicen que no sabían que esto sucedería, se rasgan las vestiduras, incluso piden la vacancia de Castillo o, peor aún, le piden que recapacite «en favor de la gobernabilidad».
Como bien escribió un amigo mío, ¿qué cara necesita poner el diablo para dejar de pedirle bienaventuranzas?